Un estudio realizado por la universidad británica de Heriot Watt, concluyó que el sabor del vino, se puede transformar dependiendo de la melodía con la que se escuche. Se dice, que el sabor del Cabernet Sauvignon se acentúa con música “pesada y poderosa”, mientras que el Chardonnay resalta con sonidos “refrescantes y alegres”.
Las bases de este estudio se sitúan en la teoría cognitiva, que ya establecía, que la música estimula áreas específicas del cerebro, preparándolo, para que responda de cierta manera ante el vino y favorezca su paladar. ¿Qué ocurrirá al degustar un oloroso al son del violonchelo?, instrumento, cuya tesitura es igual a la voz humana y especialmente capaz de crear emociones.
La conexión entre nuestros sentidos es mayor de lo que parece, podemos sentir el calor en una mirada y saborear el éxito. El famoso pintor Vassily Kandisky al escuchar música veía colores, recordando una ópera a la que había asistido, escribió: “los violines, los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Mentalmente veía todos mis colores, los tenía ante mis ojos”.
¿Y si lo que escuchamos es música clásica? No es un atrevimiento decir que todos los amantes de la música, sea cuál sea la edad que tengamos, o los estilos que gustemos, encontramos en ella eso de atemporal, de pertenencia a todos, que la mantiene tan vigente y viva como el día en que fue creada. Sin embargo, fuera de los espacios tradicionales y de un público “entendido” no es común disfrutarla en vivo, por ello, proponemos una nueva experiencia.
El tono místico de la obra de Bach, el aroma español de Gaspar Casadó, y las notas de color de Azul y Jade, de Iris Azquinezer, hechizarán nuestros sentidos, para que la belleza de las bodegas, su frescura, su olor y su historia, se fundan con el sabor de sus vinos y el sonido del chelo.